Comiezan
a
.
c
a
e
r
.
los
primeros
copos ingrávidos,
jaspeándo la osucuridad
de la noche sin llegar a cuajar.
Las hojas del almanaque
- qué palabra tan antigua
y preciosa - vuelan
vertiginosamente
para
desgracia de los
que aborrecen
la Navidad..
Lo
siento mucho,
las tenemos
a
.
t
i
r
o
.
Y
como
contra lo
inevitable, nada se
puede hacer, mejor aceptarlo,
no pelearse con la realidad
e intentar que discurran
lo mejor posible,
así pues
.
.
Lo
confieso,
a mi siempre
me ha gustado
la Navidad..
Incluso
esta,
que
me pilla
con un boquete
enorme en el
corazón
por
la
ausencia
de mi madre
-aunque estoy
segura que
me
ayudará
tejiéndome uno de sus
maravillosos jerseis
de cenefas con
mil
lanas de
colores, como
siempre hacía,
que me abrigarán
el alma-
Y
como cada
año, llegará
cuando debe
llegar.
.
.
Ni
a finales
de agosto, como
se le ha ocurrido a Maduro
para tapar su robo de elecciones.
Ni en Noviembre, con el fastuoso
encendido de luces en Vigo.
Ni cuando le parece bien
al Corte Inglés o
a Amazon.
La
Navidad
en mi casa, comienza
el día de Nochebuena
con la llegada de mis tres
hermanos y sus
familias
.
.
Juntos
intentamos revivir
nuestros rituales navideños,
de cuando éramos pequeños,
con los nuestros
de
ahora .
Rituales que
comenzaban con la
búsqueda del árbol.
Ese día -con suerte
tras una suculenta
nevada- subíamos
todos
al
Montearenas,
pertrechados de botas,
bufandas, manoplas, pico y pala...
Después de consensuar cual era
el pino que mejor pinta nos tenía,
comenzábamos la operación transplante.
Siempre nos lo llevábamos con raices.
A medida que fuimos creciendo pudimos
ayudar de verdad, porque al principio,
el único que cavaba y tiraba por
el pobre pino, era mi padre.
Nosotros sólo a él de la
chaqueta, o de la
de mi madre,
para
no
perdernos...
A continuación ...
Llegaba el momento compra
de cosas ricas, sobre todo dulces.
En mi casa las compras siempre
fueron cosa de mi madre.
Siempre, excepto en
Navidad....
Ese día, mi madre se quedaba en casa y nos íbamos todos con mi padre. En el carro de mi madre jamás entraba nada que no estuviera en su lista. Mi padre, cual papá Noel anticipado, ese día, "sólo ese", nos permitía casi todo. Eso sí, previo meticuloso y elaborado razonamiento ; ) Igual que cuando después, estudiando fuera, al volver a casa, teníamos que presentarle la contabilidad de nuestros gastos. No os imagináis las toneladas de fotocopias, bombillas de flexo y tonterías del estilo me inventaba para que casaran las cuentas. Nunca me llamó la atención aunque sabía perfectamente que la mitad era puro relleno de última hora. Si cumplías con tus obligaciones, él solía hacerse el despistado. En Navidad, igual....
Llegabas con ese dulce, que luego resultaba ser incomible, pero tenía un estuche precioso, un lazo increíble o aquel turrón rarísimo de fresas con pistachos, alemendras e higos turcos. Le soltabas tus argumentos de venta y si le convencías, al carro. Como siempre he tenido bastante labia y mi padre, mucha generosidad, casi todo lo que le proponíamos llegaba a casa para horror de mi madre, que cuando nos veía aparecer hasta los topes, se echaba las manos a la cabeza. Imagino con bastantes ganas de asesinar a mi padre. Después, se pasaba dos días ingeniándoselas para esconderlo todo y que los dulces llegaran a Nochebuena. Un año incluso guardó cosas en el tambor de la lavadora y casi hacemos la colada con los polvorones. Todos éramos muy golosos -seguimos igual-. Si no tomaba precauciones, únicamente encontraría cajas cuidadosamente cerradas -incluso con el precinto- sin nada dentro.
En fin,
nada del otro mundo como veis .
Podría seguir un mes más, pero no
quiero abusar más de vuestra
paciencia y sí, lo sé,
al lado del horror,
tristeza y miseria del
mundo, todo esto
resulta infantil,
superficial
y
sumamente banal,
es cierto. Si pudiera apretar
un botón para que todo el mundo
tuviera una preciosa Navidad, os lo aseguro,
regalaría uno de mis dedos encantada..
Bueno, mejor de los pies. A ser
posible, uno que duela poco
... Y ...
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