"CUANDO ESTÁS ESPACHURRADA Y ... NO PUEDES DORMIR"

Recuerdo, que desde muy pequeña, cuando los telares andaban revueltos en mi cabeza, una de las cosas que más me gustaba hacer, era caminar descalza sobre la hierba. Hoy me sigue encantando sentir bajo los pies, ese cosquilleo mullido, húmedo y blandito, que cede a cada paso que das...

A veces, necesito cerrar los ojos y sentir mentalmente esas sensaciones, que como una brisa suave, limpia y oxigena mis pensamientos. Calma a mis pobres neuronas, agotadas de estrujarse a todas horas. Barre los revoltijos, desenreda los nudos y aligera la presión, cuando ataca sin piedad.

Tumbada sobre la hierba, olvidándome de que tengo cuerpo, miro como corren las nubes sobre mi. Nubes redondas y esponjosas, nubes estratificadas como las pinceladas diluidas de una acuarela. Nubes grandes, pequeñitas, rechonchas y gorditas. Nubes blancas, azuladas que se pierden despacio, en una línea difusa entre los sueños y el cielo.

En esas ocasiones en las que lo que nos sucede, nos apretuja contra ese rincón que te acorrala, te oprime y al que te van empujando sin querer, hacia el que te mueves con los pies arrastras porque no quieres ir, y sin embargo, te llevan. Sólo recordar la sensación bajo tus pies de la hierba mullida, húmeda y blandita, puede salvarte.

En esos días grises y plomizos que tiene al alma, justo cuando encima, alguien te piden que decidas sobre lo que vas a hacer los próximos años con tu vida, y además te tiran de la chaqueta pidiendo mimos y a la vez te atizan dos tortas para que espabiles, justo en ese momento... Mi cuerpo se queda quieto, pero mi mente... Sale corriendo despavorida, huyendo como una loca hacia ninguna parte, zambulléndose de cabeza en ese mar de lágrimas en el que a veces, se convierten los ojos y en el que parece que te ahogas, que el agua encharca tus pulmones, y no puedes respirar. Pero del que, tras bucear un buen rato, a veces horas, sales nueva.

Y cuando subes a la superficie, el plomo es más ligero y le dices, que mejor hoy no decides nada y apretujas entre tus brazos al chiquitín y le llenas de besos, y las bofetadas sólo te han dejado un poco avergonzada y sonrosada la mejilla, pero ya no duelen tanto. Y sigues allí, sabiendo que puedes resistirlo todo, que mañana será otro día y que quizá, con un poco de suerte, el sol volverá a brillar y su luz barrerá los nubarrones, cesará la lluvia, aparecerán las estrellas, su brillo te hechizará y hará que lo olvides todo.

Y de nuevo, recordarás, que a pesar de todo la vida es demasiado bella, para perder el tiempo lamiéndote las heridas y de pronto, una enorme sonrisa aparece en tu cara y te agarras a tu pequeño y le das, otros mil millones de besos y él te apretuja y te dice, bajito, muy bajito - te quiero-.

A veces, muchas veces en mi caso, cuando a Morfeo no le da la gana de hacerme una visita y el techo de la habitación parece que comienza a descender, con intención de aplastarte. El salvavidas es la arena fina de una playa desierta.

Una playa inmensa luminosa y blanca, sobre la que caminas despacio sintiendo como el ruido del mar se te mete dentro, respirando profundo el olor a sal, el bullicio de las gaviotas, la soledad de olas que se rompen en la orilla. Y dejas, que la inmensidad azul te cale hasta los huesos, y sientes la caricia suave de la brisa que te besa con dulzura y te inunda el ronroneo incesante del agua y despacio, muy despacio, por fin... Te vence el sueño.

Dedicado con todo mi cariño a:

Novicia, Pegasa, Jardi, Esencial y Brétema, que como yo, andan últimamente un poco espachurrados y a Marina, mi querida Marina, porque también como a mi, es de las que Morfeo, tarda en visitar...

Y como siempre, que los sueños...

¡¡¡los más preciosos sueños os acompañen!!!

un beso.