"Sólo sobrevives al agua...volviéndote agua"

A veces, cuando menos lo esperas, llueve. Sin nubes, con sol radiante y cielo azul intenso. De pronto, sin previo aviso rompe a llover. Llueve de todo... agua, besos, malas y buenas noticas, caricias, sorpresas. A veces, llueven hasta bofetadas. 


En ocasiones bofetadas chiquitinas, finitas, como "cala bobos". Esa lluvia que a penas sientes, pero termina empapándote. En otras, agua a lo bestia. Agua de esa que te dejan la cara del revés. 

Sales, miras, brilla el sol, comienzas a caminar tan feliz por la calle. Sonríes a este, al otro, al de más allá y de pronto, según giras la cabeza ¡¡zaass!! guantazo de agua. Como si vaciaran un cubo de agua sobre ti. No es la lluvia minuciosa de Borjes. No, cae estruendosa, estampándose sin piedad contra tu rostro, chorreándolo todo de gotas húmedas y heladas. No puedes preguntar por qué, el agua no habla, sólo moja.

Corres buscando cobijo, pero esta lluvia surge en medio de la nada. Sus gotas golpean, traspasan tus oídos, tus fosas nasales. Resbalan por las alcantarillas de las cuencas lacrimales, se escurren y sin saber cómo te encharcan el alma. Sientes la humedad por todas partes. Chorrean las puntas del cabello sobre tu espalda, cala. Lo cala todo, hasta los huesos. 

La ropa se adhiere a un cuerpo que tirita. Te mueves aterida,  vacilante, buscando un rincón pequeño donde acurrucarte. Lejos de las miradas de todos. Un escondite donde dejar que te inunde de fuera a dentro y de dentro a fuera. Permanecer a solas con el agua y dejar que rebose. Dejar que por fin, salga la lluvia por los ojos. 

Cuando llueven los ojos, 

te vuelves agua y entonces, 

sólo entonces llega la paz, 

porque nadie puede mojar el agua.

Allí acurrucada, escondida, 

dejas que la lluvia fluya de los ojos 

convertida en torrentera y... 

Te instalas en la humedad. 

Dejas que te bañe enterita. 

Sabes que es mejor no luchar. 

Dejas que ella juegue a ganar. 

Mientras ella cree que gana, 

se disuelve entera sobre ti,

se mezcla contigo y...
Justo en ese instante,

 ganas tú.

Es en ese momento simbiótico, cuando la humedad se vuelve confortable. Los charcos de dentro, son océanos inmensos donde sumergirte. No duelen, no chocan contra ti, eres tú la que entras dentro de ellos. Te deslizas sobre ella, te resbala. 

El agua ya no empapa, tú eres agua. Las bofetadas de lluvia, se convierte en besos húmedos, de esos de boca llena de flores y peces de Rayuela. Caricias mojadas sin impacto, crestas de olas ronroneantes sobre las que flotas con ojos cerrados. Es ella la que te sujeta, la que te mantiene arriba. Eres gota, pedazo minúsculo de océano donde perderte a gusto. Estás a salvo. Porque nadie, absolutamente nadie puede mojar el agua.

Nota: 

 Mil gracias a los que os mojasteis conmigo, con el "cala bobos"

de la anterior entrada. He estado fuera estos días, 

por culpa de lluvias antiguas de cara del revés.

Lo que pasó aquí, no fue más que una bobada. 

Un blog, no importa nada, el mío, menos que ninguno.
Sólo es un formato donde expresarse, nada más.
Lo único que importa al final...
 Son las personas. Sé donde están,
como ellas saben donde estoy yo.

Además tranquis... 
Vivo en la tierra de la lluvia permanente, 

estoy más que acostumbrada. 

Soy de secado rápido ;-)

¡¡Ojalá vosotros también!! 

Un beso