" VARGAS LLOSA, UN AMIGO Y DOS PADRES..."

Hablar a estas alturas de VARGAS LLOSA, con la de ríos de tinta que ha hecho correr su reciente consecución del Nobel, además de reiterativo y aburrido, sería poco menos que osado, con la cantidad de cabezas pensantes y súper eruditos dedicados en cuerpo y alma a la tarea. Por tanto, ni se me ocurre.

Veréis con independencia de la admiración que como escritor me produce este hombre, que junto con un montón de escritores hispano americanos está entre mis favoritos, me interesa de él la parte, por la que justamente muchos le han criticado, su ideología. VARGAS LLOSA, ha participado activamente en política y se ha manifestado públicamente de ideología conservadora o como eufemísticamente le gusta más a él, de talante liberal. Lo cual supone en la mente de muchas personas, la mayoría diría yo, asociar esta idea a la de reccionario, clasista, insolidario y hasta defensor de despotismos y tiranías oligárquicas. Nada más alejado de la realidad.

Y es que vivimos en un mundo lleno de prejuicios, ideas preconcebidas y esquemas cuadriculados de los que salirse, cuesta poco menos que sangre, sudor y lágrimas. Yo, me he pasado media vida intentándolo y ahí sigo.

En clase, al que saca buenas notas se le llama chapón, lo que implica poco menos que cocón antisocial. Si paseando por la calle, nos cruzamos con una chica más o menos mona y arreglada, no digamos nada si además es rubia, nos sale una sonrisilla malévola y pensamos...¡¡ahí va una pija, descerebrada e idiota rematada !! Si nos cruzamos con un tipo que lleva rastas y look grunge, instantáneamente suponemos que es un drogata y... así todo.

Pues bien, al hilo de las reticencias despertadas por la ideología de VARGAS LLOSA, quien me consta, además, pues su conducta lo avala, que es un tipo más que solidario, implicado en la defensa de los derechos humanos y causas sociales. Me he acordado de un periodista Colombiano, de quien además el propio VARGAS LLOSA, se ha deshecho en halagos ( Os enlazo un artículo que escribió sobre él )

Se trata de HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, quien recientemente ha vuelto a España, tras 10 años de autoexilio, como protesta por pedirle el visado para entrar en nuestro país. En una entrevista que le hicieron dijo: “Cuando España se volvió Europea, se infectó con el virus de los nuevos ricos y empezó a mirar a Latinoamérica como si fuera el pariente pobre, sufrió la arrogancia cultural de la época de las vacas gordas, la crisis le ha bajado los humos. No hay que poner a nadie de rodillas”

Pues bien, este hombre es el autor de una de las novelas que más me han impresionado y conmovido de los últimos años:

“EL OLVIDO QUE SEREMOS”

Seguramente, me tocó muy hondo por tres motivos. El primero, su calidad narrativa y la sensación de que su autor aun sangrando por dentro, cuenta la verdad verdadera. El segundo, porque retrata la figura de su padre, un médico asesinado por paramilitares colombianos, diferente. Pero además y sobre todo, porque lo leí, el mismo año que murió el mío, dándome la sensación en multitud de ocasiones, que hablada de él. A veces donde estaba escrito Héctor, mis ojos veía Paco, que es como se llamaba mi padre.

Veréis, Fanciolince, nació en una familia acomodada y decía de su padre que era: “Cristiano en religión, marxista en economía y liberal en política”. Contaba cómo se adentraba en la selva para vacunar a los indígenas porque era un convencido de la necesidad del compromiso social de la medicina en países devastados por la pobreza como Colombia. Durante toda su vida batalló por la paz, la tolerancia y la justicia, se encerraba en su estudio a escuchar a Bach y Beethoven para sanar su pena y su rabia, y confiaba en el amor a rajatabla, el amor por la vida, por los hijos, por el arte y por la justicia. Creía en la bondad intrínseca del hombre por encima de todo. Lo amenazaron muchas veces pero él no quiso exiliarse ni tampoco calló, en sus escritos siguió denunciando a los ejecutores de la violencia que desgarraba a su país. Hasta que dos sicarios vaciaron los cargadores sobre su cuerpo. Tenía 65 años, vestía traje y corbata, y en el bolsillo de su pantalón llevaba un soneto de Borges, “Epitafio”, acaso un apócrifo, y cuyo primer verso rezaba:

“Ya somos el olvido que seremos...”

No sé por qué razón la figura paterna en la literatura, casi siempre aparece dibujada por hijos, que sólo los han sufrido. El de Kafka, autoritario en extremo, se le impuso sobre su labor y su existencia. Joseph Roth confesaba: “Yo no tuve padre, en el sentido de que nunca conocí al mío...” Fanciolince, dice del suyo: “Amaba a mi padre, sobre todas las cosas... Amaba a mi papá con un amor animal. Me gustaba su olor, y también el recuerdo de su olor... Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo”. “La idea más insoportable de mi infancia era imaginar que mi padre se pudiera morir, y por eso yo había resuelto tirarme al río Medellín si él llegaba a morirse”

Y no es de extrañar, Se carcajeaba más que sus hijos, lloraba a mares cuando estaba triste, cantaba tangos y escribía poemas. Curiosamente, no era el sostén económico de la familia –al igual que en la antigua Grecia- en el gineceo de la familia Abad, del dinero y el presupuesto familiar se encargó la madre por vocación, en una división de roles totalmente atípica. Su madre entendía su función de proveedora como un acto más de amor hacia su esposo y a su prole, convencida que de esa forma, el médico pudiera dedicar más tiempo a sus ideales. Por si fuera poco, el doctor Abad educó a sus hijos, espachurrándolos entre abrazos, rodeándoles de un amor protector, a modo de útero cálido y seguro, en medio de una sociedad atravesada por la violencia política, institucional e histórica.

HÉCTOR ABAD FALCIOLINCE, tardó veinte años en poder escribir este libro, del que contó “ Me saco de adentro estos recuerdos como se tiene un parto, como uno se saca un tumor” El resultado es la historia verídica del médico Héctor Abad, contada por su hijo, con los recursos de la novela, que a la vez es carta, testimonio, documento y biografía; cuarenta y dos capítulos que se deslizan por la saga familiar del escritor, iluminando la historia de la Colombia de las últimas décadas, sin poder evitar la pregunta que retumba al comienzo y final del libro. El por qué de la muerte de su padre. Yo me he hecho la misma pregunta durante años, pero por otros motivos.

“...La vida es una herida absurda...”, dice el tango.

Ese que tanto le gustaba cantar al doctor Abad .

El mío, también cantaba tangos, habaneras...

Mmmmm ¡¡ Cómo cantaba !!

¡¡ Existe poesía más preciosa

y descarnada, que un tango!!

Este...

¡¡ Va por vosotros Héctor y Paco !!

Un beso