“FUERA LLOVÍA... DENTRO DE ELLA, AÚN MÁS”

Hoy, lo siento,

me ha salido algo muy...

pues no sé, la verdad.

Si os veis con ánimo...

Dadle al play por favor.

Al menos, escuchad la música, es preciosa.

Sus ojos cansados y perdidos, miraban sin mirar, al otro lado de la ventana. Las gotas de lluvia, se deslizaban suavemente sobre los cristales, con la misma desgana que había languidecido aquella monótona y cansina tarde de otoño.

Meneó la cabeza, como si quisiera alejar algún mal pensamiento y un mechón de cabello, se desprendió del recogido que lo sujetaba. Hubiera jurado que debía hacer algo, pero no recordaba el qué. Hacía tiempo que vivía en jueves, siendo domingo y en lunes, siendo viernes. Las agujas del reloj giraban una y otra vez sobre si mismas, sin importarle lo más mínimo la hora que indicaban cuando descuidadamente reparaba en él. El tiempo transcurría deslizándose como las gotas de lluvia sobre el cristal que tenía frente a ella...¿ Días, horas, minutos? ...

¿Qué importaban?

llegaban, pasaban y se iban,

eso era todo.

Hacía...¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto había transcurrido, desde la última vez que vio difuminarse su silueta entre la niebla?

¡¡ Ni eso, era capaz de recordar !!

La memoria humana, es tremendamente cruel a veces. Como si de un afilado bisturí se tratara, disecciona presente y pasado, seleccionando sólo aquello que le interesa. En ocasiones, justo el instante más doloroso.

Fuera, las gotas de lluvia continuaban cayendo pesadamente sobre la tierra, mientras su mirada se adentraba más y más, en aquella lejanía húmeda, hasta perderse. Su mente la transportó entonces, a la primera vez que lo vio. Increíblemente lo recordó, con la misma nitidez de quien vuelve a vivir, en presente, el pasado.

Aquel día, él le había telefoneado. Habían quedado en una plaza... ¿cómo se llamaba? ¡¡ imposible !! jamás conseguía recordar el nombre de ninguna calle. Caminaba con paso rápido y zancada larga a pesar de la tiritona que sentía por dentro, no sabía si por el gélido viento entre el que se abría paso o por los nervios que la atenazaban. Hacía tanto tiempo, tantísimo tiempo, que esperaba aquel encuentro, que sentía palpitar en sus sienes, el latido de un corazón, que casi se le salía. A la par que caminaba, en su mente imaginaba el encuentro e inconscientemente se le dibujaba una tonta sonrisa en el rostro. Una voz a lo lejos, la sacó de sus pensamientos... ¡¡Sara!! ... ¡¡Sara!! alguien gritaba su nombre.

Miró a un lado y a otro, una y otra vez, sin conseguir ver de quien provenía aquella voz. Aceleró a un más el paso, escudriñando ansiosamente las caras que se iba encontrando sin dejar de caminar y por fin... de entre la gente surgió él, con aquella cara de ratón listo, que sin conocer, tanto amaba y en ella una enorme, brillante y preciosa sonrisa.

El encuentro, fue casi cómico. Mientras se aproximaban los dos sonreían y cuando por fin estuvieron frente a frente, sus caras zigzaguearon en el aire, chocándose tan precipitadamente, que intentando besarse... los labios de ella fueron a estrellarse primero sobre la nariz de él, rectificando la trayectoria rozaron su mejilla para desde ella, deslizarse torpemente hacia una boca, en la que con la levedad de un ala de mariposa, se posó un instante. A la vez, ambos, con los ojos enormemente abiertos, se miraban. Después de ese instante de embarullamiento, él, rápidamente la sujetó por la cintura y comenzó a caminar muy rápido. Ella se dejó llevar casi en volandas, como si al instante de agarrarla, hubiera pasado a ser una prolongación de su brazo. La dirigió a toda velocidad hacia una cafetería cercana, como si urgiera desaparecer de los ojos del mundo...y así, comenzó todo.

No hacía frío, pero sintió un estremecimiento que le recorrió todo el cuerpo, se abrazó como para protegerse, para darse calor. Poco a poco, retrocedió, giró despacio y con paso lento se alejó de la ventana dejándose caer pesadamente sobre el sofá que tenía a su lado. Recostó la cabeza sobre el respaldo y su recogido se deshizo, desparramándosele por él su abundante melena. Cerró los ojos y sintió el aullido de cada uno de sus lacerados huesos, removiéndose en medio de aquel dolor sordo en intenso, que se le escapaba del alma...

De pronto, rompiendo aquel silencio que la envolvía, sonó chirriante el teléfono. Lo dejó sonar... y... sonó largo, no cesaba de sonar. Aquel sonido le arañaba, no deseaba cogerlo en absoluto, pero necesitaba que aquello tan hiriente, parara. Haciendo un esfuerzo casi infinito, su minúsculo cuerpo fue incorporándose lenta y pesadamente, alargó el brazo hasta alcanzar el auricular y con un hilo de voz casi inaudible dijo... ¿ sí, digame ?...

Al otro lado, una voz la zarandeó.

Era una voz muy familiar, que casi le gritó...

Pero ¡¡Sara, por Dios!! ...

¡¡Hace casi un mes!! ...

¡¡reacciona!! ¡¡ no puedes seguir así!!

Vale, él ha muerto, sí, pero... ¡¡ Tú, no !!

Un beso