¿ CON O SIN DISFRAZ ? ¿QUÉ HAS DECIDIDO?

Empieza el baile de máscaras, el carnaval, pero...

¿ha terminado alguna vez?

A veces pienso, que no somos nosotros mismos, ni a solas.

El yo profundo, en ocasiones está tan profundo, que se nos pierde.

A cada uno de nosotros, se nos adjudica un ropero, del que cuelga el disfraz que nos toca, según el momento, las circunstancias, según nuestras características, gustos y sobre todo naturaleza. Y es que la invitación a este baile, es inexcusable, no valen disculpas...

O sí, o sí, no hay más remedio que acudir.

Y salvo que tu “yo” profundo sea el de un héroe, tengas mucha prisa o te despistes, mejor llevar disfraz...Pero no, de los de falsear o engañar, eso, jamás. De los de proteger...Por lo que pueda pasar.

Unos se visten de duros, imperturbables, distantes y fríos, otros se colocan la cara de perro, la mirada turbia y el ceño fruncido. Hay quien se cuelga la carcajada, los hombros colgando y el pantalón caído. Otros, se enfundan el gris transparente de pasar inadvertido o el rojo chispeante, chirriante, ese que te hace girar y tropezar, si te pilla desprevenido.

Y no es que lo elijamos, es que no hay opción. Está ahí y no hay más, a cada uno, le toca el suyo y... O eso, o desnudos. Nadie es mejor, ni peor, porque la verdad la llevamos debajo, bien oculta, sólo visible para los amigos, los cercanos. Esos que tienen en la mirada ultrasonidos ... En mi armario, me han colgado diferentes disfraces de sonrisa, pero insisto, me ha tocado este, como me podía haber tocado cualquier otro, no lo he elegido yo, no hay mérito alguno, puro azar, sólo algo que me protege.

Pero, por esta vez , caminaré, sin red ...Y es que el peligro atrae, ya se sabe, y en ocasiones, para que negarlo... Me encanta llevar la contraria.

Así es que, en este carnaval, me quito el disfraz ...

Cada mañana, me ducho con la esperanza de desembarazarme de todos los fantasmas que han merodeado durante la noche. Suelo tener muchos, unos más amables, amigos y otros, no tanto. Me dibujo mi mejor sonrisa y salgo, confiando que me dure el tiempo suficiente como para que nadie descubra lo que oculto tras ella, es tan elástica, que pocas veces me deja tirada. A veces tras esa sonrisa, hay otra, y tras esa otra, luz, que a veces se llama seguridad, sueños, confianza, ilusión o simplemente ganas.

Pero, cuando por la razón que sea no he conseguido que la luz se encienda, la sonrisa que luzco, ya sabéis, no es más que un disfraz. Debajo, sólo oscuridad. Unas veces se llama miedo, responsabilidad, inseguridad, desilusión, incertidumbre o sencillamente, no tiene nombre, solo es eso, oscuridad oscura.

Antes de salir, según el día que me espera, mi disfraz tiene diferentes accesorios. Unas veces, cuando estoy con los míos, protegida y confortable frente a la chimenea de los afectos, frente a esos de los ultrasonidos, de los que os hablaba antes, ni me molesto. Me pongo cualquier cosa , un vestido ligero, unos vaqueros rotos, unas sandalias o mejor aún, descalza. Dejo salir mis chifladuras, mi buen o mal humor según la temperatura del ambiente, a veces me arranco por bulerías o se me descuelga el genio. Río o lloro según la música que suene e incluso, las dos cosas a la vez. Pero lo que siempre me acompaña es mi parloteo. Olvidaron instalarme el interruptor del silencio, incluso cuando estoy a solas, tengo mil cosas que contarme, tantas que me aturdo y debo salir a tomar aire escuchando a otros, para que mis voces callen.

Pero otras veces, se siente, toca guerra...

Por razones que a estas alturas aun no puedo comprender, decidí, equivocadamente desde luego, porque a mi, lo que me gusta es el buen rollo y la paz, que lo mío eran las batallas, no sé en que estaría pensando, la verdad. Pero en fin, esto sí que lo elegí yo, nadie me lo impuso. Pues bien, cuando toca pelear, mi disfraz es este... Primero, me coloco una armadura, que a veces está oxidada y otras brilla, según lo curiosa que haya sido la noche anterior, empuño una espada enorme, que me dobla en peso y unas botas de esas con refuerzos de acero... ¡¡ imaginaos que pintas!! jaja... Pues así salgo.

Respiro hondo y camino hacia la primera batalla. A veces si hay suerte, con ella se termina el día. Otras, me tocan dos y hasta tres o más. Cuando llego, tambaleándome las más de las veces, gracias que soy muy buena disimulando y apenas se nota, comienza el combate.

Frente a mi, el enemigo espera que responda equivocadamente a todas las preguntas con las que de pronto, me acribilla y aun cuando la mayoría de las veces desconozco las respuestas, no importa, debo responder adecuadamente, no se admiten fallos, no hay piedad con los errores. Mientras respondo, sujeto la espada como puedo, mantengo el equilibrio e intento concentrarte para anticipar por donde silbará el acero del adversario y pararlo a tiempo. Si bajo el antifaz de la sonrisa hay luz, no se cómo, pero pego unos mandobles con mi espada, que me llevo por delante todo lo que se me cruza...

Si por el contrario la bombilla no luce y la oscuridad oscura, está debajo, paro los golpes como puedo, esquivo y recibo, confiando que mi armadura aguante y mi sonrisa no se me caiga. A veces lo consigo, a veces no. Pero es lo bueno de los disfraces, por fuera los otros ven, sólo lo que tú quieres que vean...Por dentro, la verdad, sólo la conoces tú.

Os dejo con un jamaicano, que como su padre, decidió ir por la vida “siendo fiel a sí mismo” que se dice. Como deberíamos ir todos, si nos atreviéramos y las circunstancias nos dejaran. Aunque... ¿Quien sabe lo que oculta bajo sus rastas? ;-)

¡¡Feliz carnaval a todos!!

¡¡ Los que decidáis disfrazaros perfecto!!

Y los afortunados que podáis quitároslo...¡¡ Mejor aún!!

¿Qué has decidido tú?

¡¡Sea como sea, de una manera u otra, sed felices!!

Un beso.