Desvariando con...MARCIN SOBAS :))

La realidad es un espejismo plateado 

sobre la que flotamos agarrados a instantes perfectos. 

Instantes de brillo cegador al que deseamos volver

 mientras intentamos no ser  engullidos por la niebla.

 Esa nube densa y compacta que 
tarde más o tarde menos,
 siempre baja ...

Siempre lo olvidamos, por eso nos sorprende su llegada. 

Olvidamos que desde el primer instante de nuestra existencia estamos en constante cambio. Físico, emocional y circunstancial. Sin embargo, por obvio que sea nos revelamos peleándonos sin cesar con ellos. Aterrorizados ante los cambios de todo tipo. La inseguridad ante lo desconocido genera una angustia terrible que a veces nos consume hasta aniquilarnos. Olvidamos nuestra asombrosa capacidad de adaptación cuando más lo necesitamos, justo cuando el suelo cede bajo nuestros pies. 

En esos momentos sentimos el tirón de la gravedad dejando que nuestro cuerpo se convierta en un fardo pesado y amorfo precipitándose descontrolado en el vacío. Asumimos como inevitable la desintegración que finalmente sufriremos al colisionar contra el fondo. Por difícil que sea -lo es-  deberíamos hacer el esfuerzo de recordar que como los gatos mientras caemos podemos girarnos en el aire. Recolocarnos, buscar estrategias dentro y fuera que nos ayuden a amortiguar si no podemos evitar el golpe. Intentar acostumbrar nuestra mirada a la nueva realidad brumosa que inesperadamente baja desde lo alto...

Olvidamos que todos podemos trans-formarnos en seres alados. Nuestra mente tiene alas pero también lo hemos olvidado. Desplegarlas no es una posibilidad, es una obligación. Siendo pájaros nos hemos convertido en pequeñas gallinas con alas atrofiadas por falta de uso. Alas inmensas que a fuerza de arrastrarnos por una realidad tan tangible como inestable se nos han hecho minúsculas. Hemos evolucionado hacia una existencia tan agarrada a lo material que suponemos todo se reduce a fuerza y masa. Nadie más cobarde que yo, nadie más llena de miedos en este mundo, pero es probable que como mi fuerza y mi masa son mínimas hace mucho he aprendido a sujetarme desde dentro. Aleteo como sea con mi mente sabiendo perfectamente que mis brazos jamás podrán sujetarme. Me siento mucho más segura ahí dentro que fuera. Ahí está todo en lo que de verdad creo y confío. Sé que nadie que no quiera puede entrar, ni salir de mi. Nadie puede hacerme daño si no se lo permito. A veces, muchas, también lo olvido. Sin embargo en el último instante, justo antes de estamparme contra el suelo me giro dentro y aunque sea a trompicones consigo caer de pie. Es en ese instante cuando siento que la bruma comienza a disiparse...

Aun así, muchísimas veces pierdo el equilibrio y ruedo por el suelo. No importa, también he aprendido a dejarme ir y rodar ladera abajo. No importa el tiempo que permanezca girando, ni siquiera el mareo. Tarde o temprano pasa. Cuando uno nace con una ensalada de grillos en la cabeza te acostumbras a vivir en el caos constante, lo asumes como normal. Si siento que todo es demasiado duro al rededor intento sugestionarme y convencerme que las laderas pueden ser tan mullidas como desee sentirlas. Algunos lo llamarán autoengaño y seguramente tengan razón pero si mientras ruedo sufro lo justo e imprescindible, reduciendo el dolor al mínimo,  me vale...

Creo que las sensaciones que tenemos son fruto de lo que decida nuestra mente. A veces se colapsa y deja de procesar en positivo sumiéndonos en ese miedo oscuro y terrorífico que nos congela e incapacita para reaccionar sobreponiéndonos a lo que sea que nos ocurra. Ese instante terrorífico es inevitable sufrirlo pero después, quizá debiéramos aprender a caer como los luchadores. Intentando perder el miedo al impacto. Acostumbrarnos a rodar sin ofrecer resistencia. Si te dejas ir pendiente abajo permaneces en movimiento y la misma fuerza de rozamiento termina por frenarnos despacito. Nuestra predisposición y confianza es esencial para terminar el viaje sobre algo mullido. Es cierto, la suerte es un factor fundamental, a veces confiar en ella es lo único que puede ayudarnos a soportar el vértigo del viaje e incluso hacer que juegue a nuestro favor. 

Si  a pesar de todo
es inevitable rodar y sentir las laderas áridas, 

duras, puntiagudas y  pedregosas...

Si por más que lo intentamos todo se nos vuelve de cara convirtiéndose la realidad en una maraña de ramas que nos arañan. Rompiéndonos por dentro y por fuera. Solo tenemos una opción. Recordar que nada es permanente e ininmutable, nada. El más terrible de los momentos terminará por pasar. Siempre es así. Mientras pasa, quizá debiéramos intentar...

Practicar esa extraña pericia 

de con-fundir al dolor hasta diluirlo. 

Transformar en nuestra mente la realidad cortante 

en tránsito hacia lo que de verdad deseemos.

Nuestro sueño verde y mullido,
él nos dará fuerzas para apretar los dientes.

Al final del túnel siempre hay luz. 

Si no nos espera el sol, lo hará la luna:))  

Todas las imágenes que habéis visto son de MARCIN SOBAS

Un fotógrafo Polaco que además es economista.

Un día lo descubrí en una de esas revistas que las aerolíneas

colocan en los asientos del avión para entretener a los viajeros.

La culpa de todos los desvaríos que habéis soportado la tienen 

sus increíbles imágenes y encontrar  casualmente el papelito

donde un día escribí su nombre para no olvidarlo.

Lo apunto todo, tengo memoria de pez:))

Cuando el espejo se quiebra 

podemos desintegrarnos con él  o

recomponernos cuantas veces haga falta 

transformando el sufrimiento en talento para asumirlo.

Permanecer en la batalla 

es la única manera de sentirse vivo.

Un beso