"EN LA PENUMBRA DE LAS MÁSCARAS"

Allí recostada, en medio de la penumbra se preguntaba ¡¡qué narices pintaba alguien como ella en este mundo!! sin duda, el tiempo le había jugado una mala pasada... hipersensible, fácilmente rompible, enferma crónica de un idealismo trasnochado, incurable vitalista desahuciada. Hacía mucho que lo sabía, lo suyo no tenía remedio. 

No contaba con medicación, ni tratamiento paliativo de ningún tipo. Pasaba a pelo y como podía las crisis  de alegría, sus llantos sonrientes, los ataques de locura transitoria o el calor que le subía desde los tobillos hasta la sien ante las estupideces que soltaban los idiotas. 

Le dolían los malos, le asustaban y a la vez, sacaban lo peor de ella, le enfermaba verles hacer daño. Soñaba estamparles en la frente el “MALO” para que todo el mundo se separara de ellos y fuera sobre aviso. 

Los impactos de hipocresía sincera la lokeaban. Sufría cada mordisco de mariposa, cada empujón de mosca, lloraba con los cocodrilos y sonaba los mocos a las focas, contagiándole siempre su catarro. Luego, cuando todo pasaba, se reconstruía a partir de los pedazos que quedaban. 

Era toda una experta en sutura, a penas se notaban las cicatrices y además, curaba rápido ¿qué hacía viviendo alguien como ella, en pleno siglo XXI? Se sentía descolocada en el tiempo, anacrónicamente desubicada.

Únicamente contaba con su disfraz para protegerse.

Impecable, cuidadosamente estudiado, confeccionado a medida, al milímetro, perfectamente ajustado a su cuerpo, sin la más mínima arruga, nada que delatara lo que escondía debajo. Su supervivencia dependía de la precisión de su diseño.

Cuando tocaba colocárselo, realizaba el proceso mecánicamente, su mente había aprendido a incorporarse tan perfectamente al papel que debía interpretar, que salvo los muy expertos, nadie notaba el más mínimo fallo en su actuación. No había teatralidad, ni sobre actuación. No había estridencias, todo medido, controlado y equilibrado, se diría que la flema inglesa había sido su hábitat natural. 

Fríamente cordial, distante, contenida, perfectamente programada para que ninguno de sus gestos delatar la más mínima sensación de sentir nada. Imperturbable, nada de lo que  ocurría dentro, asomaba fuera. Mar en calma, siempre. Navegara por aguas procelosas, torrenteras enloquecidas o cenagales.  

A solas, cuando se despojaba de él, caía exhausta, agotada. 

Todo los músculos que hasta entonces permanecían  tensionados, sustentando su cuerpo en perfecto estado de revista, se desmoronaban como un amasijo de hierros retorcidos. Tomaba aire, cerraba los ojos y permanecía acurrucada en un rincón mientras pasaba lo peor. Después, bajo el chorro incandescente de la ducha, volvía en sí.

Llevaba tanto tiempo participando en su particular carnaval veneciano, que ahora, escuchar el bullicio de la gente preparando la gran mascarada le aturdía. Le resultaba incomprensible aquella alegría enloquecida y estridente bajo pinturas, muecas, disfraces y máscaras. Se preguntaba ¿cómo podía nadie, desear disfrazarse por placer? al verlos, sentía el mismo escalofrío que le producían las agujas al imprimir tatuajes en la piel, algo igual de doloroso y absurdo ¿cómo puede nadie agujerearse la piel por gusto?

Envolvió su pelo en una toalla, se enfundó en el albornoz y dejó que su cuerpo se deslizara sobre la cama. 

Se giró, se hizo un ovillo y cerró los ojos ... allí estaba a salvo. 

Por si alguien lo duda... 

¡¡ Todos, llevamos máscara en alguna ocasión !!

Unos para protegerse y otros para confundir o engañar,

algunos saben que la llevan y otros ya, ni recuerdan como son sin ella.

Espero que hayáis tenido un feliz carnaval y...

Que el que nos queda... lo sea aun más :-)

Un beso